martes, 22 de septiembre de 2009

Capítulo Cuatro. Los negocios de José Ignacio

Abandonaron rápidamente la estancia y se dirigieron hacia el puente. Al abrir la puerta ingresaron de golpe al murmullo del río, al concierto de grillos y al chasquido de las hojas que se entretenían impidiéndoles el paso a la luz de la luna. Detrás quedaron la bulla del piano, los murmullos de la gente, la colisión de vasos con que los parroquianos celebraban la vida y a veces también la muerte en San Camilo.

- ¿Tuviste algún problema? Hace tiempo que no se te veía por acá. Andaba queriendo echarte mano.
- La cosa cada vez se está poniendo peor. Estuve concertando precios en Jauja. La escasez de granos los tiene locos y han decidido jugarse la suerte con sus precios.
- Tienen que ablandarse. Esta vez he contactado a dos contrabandistas que pueden ser nuestros nuevos contactos en el Viejo Mundo.

Continuaron caminando casi sin hablarse, siguiendo el margen del río tan sólo iluminado por la luz burlona de la luna que conseguía colarse entre las ramas de los árboles. Sus pisadas sobre la hojarasca, el ruido del roce de sus capas y el correr del río aceleraban su pasos.

Durante la breve caminata Octavio le inquirió por la mujer con que José Ignacio departía en la cantina.

- Una forastera, - dijo éste- de esas que vienen para llevarse lo poco que queda en la Colonia. Las cosas en la Península no están bien, según cuentan las últimas relaciones y el nuevo Rey está intentando aumentar su presencia en el Virreinato.

- Mientras no traigan problemas… – sugirió Octavio.

Intuyeron la luz incierta de un farol, doblaron a la derecha, abandonaron el cauce del río y transitando una pequeña pampa de algarrobos, ingresaron en la plaza y comenzaron a bordearla. Por entre los arcos de la plaza se intuían las luces tímidas del puerto; la densa neblina que trepaba desde el muelle bañaba con su humedad y su desconcierto el viejo paisaje de San Camilo.

- Muy poco se te ve por acá, José Ignacio. ¿Con quién andas?
- Ando calculando un negocio en Nueva España. Sabes que no me gusta mucho esta ciudad.
- Pero no me vayas a dejar solo, estamos incrementando nuestros contactos en la Península.
- Por ahora date por bien servido con las cosas que te traje. No vayas a conceder precios, son valiosas, ya verás.

Llegaron al burdel e ingresaron sin saludar al personaje que dormitaba en una silla y estaba encargado de filtrar las entradas al lugar. Dentro del recinto flotaba una paz hecha de colonias y sahumerios con que Mariana preparaba la gran sala antes de su jornada diaria.

Al fondo, en un salón, las mujeres arrimadas a las paredes, los contemplaban inquietas.

Mariana los hizo ingresar a su aposento y retornó a la sala para dejarlos solos. José Ignacio sacó de debajo de la cama el esperado atado y lo descubrió ávidamente ante el creciente entusiasmo de Octavio. Yerbas santas que curaban dolencias imposibles, piezas de orfebrería con aplicaciones de oro prehispánico, vasijas de arcilla con caprichosas formas semihumanas, tejidos y bordados coloridos aunque desgastados. No les costó mucho cerrar el trato. Se conocían lo suficiente como para saber hasta dónde podían tensar la cuerda y Octavio sabía que José Ignacio no se hacía palta con eso. No era hombre de andarse por las ramas.

Al salir, José Ignacio dejó unas cuantas monedas sobre la mesa de Mariana. Atravesaron nuevamente la sala. Cerca del portón los esperaba Mariana.

- ¿No te quedas?- le dijo a José Ignacio sonriente. El deseo incontenido de tantas noches anheladas se traslucía en su lívida mirada.

Sin decir palabra José Ignacio salió de la estancia. Se despidieron procurando no alterar el sueño del que resoplaba ahora ya con la cabeza apoyada en la pared.

Octavio se retiró caminando por la misma calle por donde habían venido. José Ignacio partió por el lindero que termina en las colinas que cercan San Camilo por el norte. La ciudad, después del trato hecho con Octavio, no tenía ya sentido.

Nadie sabía a ciencia cierta dónde vivía José Ignacio. Cuando llegaba a la ciudad se hospedaba en el mesón de Bianca o a veces donde Mariana. No se le conocía amores oficiales aunque eran difundidas sus escapadas con Rita, su extraña amistad con Inés la Barra y sus coqueteos con Hilvana, la hija del Duque, de quien se decía, se moría por la atención de José Ignacio. Nada de eso era certero.

Su vida toda era un misterio. Iba y venía por los ancestrales caminos que bordeaban los valles e interconectaban las ciudades coloniales de la costa con los recónditos poblados indígenas. Trataba igual con ricos comerciantes del puerto que con indios nobles que aún sobrevivían en los pueblos enclavados en las infranqueables alturas andinas. Era, sin saberlo, una especie de mercenario que canjeaba las maravillas hasta ahora ocultas del Nuevo Mundo con las gastadas monedas de oro acuñadas en los troqueles del Viejo Mundo.

13 comentarios:

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  3. Jose Ignacio es un mercenario que vendia maravillas ocultas al cambio de monedas.

    Juan Sanchez Pachas

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  4. Me agrada mucho que haya misterio por que lo hace cada vez mas emocionante.
    Genial!!

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  5. Este capitulo de verdad me gusto

    Atte: josy huamani valencia

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  6. el gran comerciante y contrabandista. Edson Cueva

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  7. habla de lo hace jose ignacio y octavio vendiendo sus productos

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  8. Muchas gracias por tucomentario Wendy. El misterio irá develándose de a pocos.

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  9. Nos gustaría que realicen sugerencias... La historia se está contando y ustedes pueden ser parte de ella ...

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  10. esta mejorando la historia.

    Luis Felipe Rojas.

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  11. La trama cada vez esta mejor.

    Diego ponce

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